jueves, 5 de noviembre de 2015

NOTICIAS BREVES NOVIEMBRE/2015

DEVOCIÓN AL SANTO CRISTO EN ZACATECAS -MÉXICO-
Publico un artículo muy interesante que me ha remitido Rafa Barroso en relación a la noticia que publiqué el mes pasado sobre la devoción al Santo Cristo en México. Como veréis está muy bien documentado y nos revela una historia hasta ahora desconocida para muchos de nosotros.
Me gustaría proponer algo: hermanarnos con esa población mexicana.





De Yanguas a Zacatecas. Un recorrido a través de la devoción al Santo Cristo de Yanguas en el Virreinato de Nueva España.


 


Rafael Barroso Cabrera


 


 



 

Una entrada del blog “Noticias de Yanguas” que dirige Esther Palacios correspondiente al 5 de octubre de este año daba a conocer la curiosa noticia de la devoción al Santo Cristo de Yanguas en la lejana ciudad de Zacatecas (México). La noticia se hacía eco de otra entrada anterior transmitida por el blog de Bernardo del Hoyo Calzada de fecha 27 de septiembre de 2014 que recogía a su vez un artículo publicado en junio de ese mismo año en un periódico de la diócesis de Zacatecas (del Hoyo, 2008: 4).

A primera vista puede parecer extraña ese interés en una parte tan alejada del mundo por una imagen como el Santo Cristo de la Villa Vieja, cuya devoción no ha sobrepasado en la propia España los límites de las tierras correspondientes a la villa y tierra de Yanguas y el valle riojano de Arnedo que antaño formaban parte común del Camero Viejo. Sin embargo, como tendremos ocasión de ver a continuación, la relación entre Yanguas y México no fue siempre tan lejana ni tan esporádica como a primera vista nos puede resultar ahora.

Antes de entrar en materia conviene decir algo acerca de la imagen del Santo Cristo tal como se ve reflejada en los grabados de Yanguas y Zacatecas. En ambos casos se trata de una fiel reproducción de la talla que se venera desde tiempo inmemorial en la Capilla del Santo Cristo de la Villa Vieja de la iglesia de Santa María de Yanguas. Como todo el mundo sabe pero interesa recordar para los lectores que no conocen el pueblo, la Capilla del Santo Cristo fue construida entre los años 1724 y 1725 y se encuentra adosada al lado norte de la iglesia de Santa María, construcción de finales del siglo XV con importantes añadidos de los siglos XVI-XVII. La iglesia de Santa María es de tres naves, la principal con retablo renacentista que custodia una imagen del siglo XIV de la Virgen entronizada con el Niño. La nave derecha tiene un retablo consagrado a la Virgen de Guadalupe (en su versión mexicana) y la izquierda un altar dedicado a San José. La capilla del Cristo se encuentra separada de la iglesia por una reja que indica que la capilla en cuestión pertenece no a la villa sino a la agrupación de 25 pueblos que antaño formaban la Comunidad de Villa y Tierra de Yanguas (llamada a partir de 1835 Excomunidad de Yanguas).

La Capilla del Santo Cristo es una construcción del siglo XVIII que presenta planta de cruz griega. Está cubierta por una soberbia cúpula decorada con pinturas y rematada en el centro con una linterna. A los pies de la capilla se encuentra un coro elevado. Adosada a su lado oriental se encuentra asimismo la sacristía, donde puede contemplarse una gran concha natural antiguamente utilizada para la administración del bautismo, donación segura de algún indiano. En cada uno de los ángulos de la capilla se hallan representados los santos titulares de las antiguas iglesias que existían en la villa: Santa María de la Asunción, San Miguel, San Pedro Apóstol y San Lorenzo. El interior de la capilla alberga un magnífico retablo barroco obra de Melchor Rodríguez de Carabantes. El centro de este espléndido retablo es la imagen de un Crucificado que es el que da nombre a la capilla y el que aparece reproducido en los grabados en cuestión. Se encuentran también representaciones de la Trinidad sobre el Crucificado, la Virgen y San Juan Evangelista a ambos lados del mismo. Acompañan a estas imágenes las figuras de las tres Virtudes teologales. Alrededor de estas figuras se hallan diseminados los distintos elementos de la Pasión (clavos, tenazas, martillo, etc.). El retablo ocupa el lado norte de la capilla y fue ensamblado definitivamente en 1731, aunque no sería inaugurado hasta cinco años después, en 1736, debido a un pleito que mantuvo el maestro con la Junta de Obras encargada de la construcción de la capilla (Camporredondo, 1934: 19-23; Toledo, 1995: 157-162).

Es fama en la comarca que este Cristo fue enarbolado por los yangüeses en la batalla de Las Navas de Tolosa (año 1212), tradición que, no obstante, presenta algunas dificultades. En principio la intervención de una hueste yangüesa en esta crucial batalla contra los invasores almohades no está confirmada por ninguna fuente y el cronista Ximénez de Rada, testigo y protagonista principal de la batalla, no la menciona. Sin embargo, a pesar de la ausencia de referencias no sería en modo alguno extraña la presencia de un contingente yangüés en dicha jornada si tenemos en cuenta la presencia de la milicia concejil de Soria, la procedencia yangüesa del Gran Maestre de la Orden de Calatrava D. Ruy Díaz de los Cameros (probablemente de la casa de los titulares de este importante señorío) y la fidelidad mostrada por sorianos y riojanos al rey Alfonso VIII tanto durante la minoridad del monarca como en sus luchas con el rey de Navarra. Tanto Rodrigo o Ruy Díaz de los Cameros o de Yanguas, sexto (o séptimo, si contamos al fundador de la Orden, Raimundo de Fitero) Gran Maestre de Calatrava, como su hermano Álvaro tuvieron una destacada actuación en esta trascendental batalla de nuestra Reconquista. Rodrigo Díaz, en efecto, fue, con Diego López de Haro y Gonzalo Núñez de Haro, uno de los jefes del ejército de Alfonso VIII. A Rodrigo le fue encomendado el mando del centro del ejército cristiano (Hist. reb. Hisp. VIII 3 y 9, ed. Fernández Valverde, 1989: 310 y 319-321).

No obstante la fuerza que esta tradición tiene en la villa de Yanguas, la imagen del Crucificado que se conserva en la iglesia de Santa María es varios siglos posterior a la batalla de Las Navas. Es posible que sustituyera a alguna otra imagen anterior ya deteriorada por el paso del tiempo puesto que un libro de cuentas de 1663 informa de la existencia de una antigua imagen y capilla a la que se habrían destinado varias donaciones. El padre Camporredondo supuso que la antigua capilla pudo ser la dedicada a San José o una ermita desaparecida ya en su tiempo y que probablemente haya que identificar con la antigua ermita de San Lázaro sobre la que se construyó la sacristía de la iglesia de Santa María (Camporredondo, 1934: 18s y 60). Esta noticia es importante porque demuestra la existencia del culto al Cristo de Yanguas con anterioridad a la construcción en el siglo XVIII de la Capilla del Santo Cristo. El Museo diocesano de Yanguas, por su parte, conserva dos imágenes del Crucificado, una románica y otra de transición al gótico, que pudieron ser los precedentes del actual Cristo barroco. De ser así en Yanguas se habría venerado un crucifijo de diferente estilo (románico, gótico y barroco) según el gusto de la época.

En cualquier caso la veneración al Santo Cristo ha sido enorme en toda Yanguas y su tierra durante siglos. Ni siquiera una excepcional escultura de un Cristo yacente que, si no es talla salida de las manos del propio Gregorio Fernández, debe ser obra de algún discípulo aventajado de su taller, ha podido eclipsar la fama del Cristo de la Villa Vieja. La gran devoción por esta imagen convirtió durante siglos a la iglesia de Santa María en un importante centro de peregrinación para las gentes de las tierras altas sorianas y el valle de Arnedo. El Santo Cristo cuenta además con un solemne himno compuesto por el maestro Ángel Martínez Llorente, autor asimismo del hermoso himno de Yanguas, composiciones ambas que suelen reproducirse todos los años con ocasión de las fiestas más solemnes como son la dedicada al propio Santo Cristo de la Villa Vieja (16 de julio) y las procesiones de Pentecostés, donde los vecinos de los pueblos que una vez formaron parte de la Comunidad de Villa y Tierra peregrinan hasta la Capilla del Santo Cristo enarbolando sus antiguos estandartes decorados con las imágenes de sus santos patronos.

En cuanto a la imagen de Zacatecas es posible deducir con seguridad que es una reproducción de un grabado anterior realizado a partir de la imagen venerada en la Capilla de Yanguas. Esto se comprueba en el detalle de que la talla del Crucificado conservada en la capilla de Santa María se encuentra enmarcada por dos columnas salomónicas dispuestas a ambos lados, mientras que los grabados presentan en su lugar dos ángeles (uno negro en el lado izquierdo y otro blanco en el derecho) sosteniendo sendas lanzas.

Por lo demás el tratamiento iconográfico de ambas imágenes es prácticamente idéntico a excepción de las filacterias del original yangüés que se han sustituido por un texto a pie de imagen en la copia mexicana, y la ausencia del paño de la Verónica que corona la escena en el grabado original, que también falta en esta última. El grabado yangüés data de 1754 y es obra de Andrade (“Andrade Sculp.”). La imagen de Zacatecas va firmada por Xavier Aguilar y no lleva data alguna. El original yangüés presenta dos cartelas: una inferior, relativa a una indulgencia de 100 días aprobada por el cardenal Mendoza, y otra, que ocupa la parte superior, ordenada por D. Andrés de Porras, obispo de Calahorra y La Calzada (diócesis a la que pertenecía la tierra de Yanguas hasta mediados del siglo XX), otorgando 4 días de indulgencia a quien rezare un acto de contrición delante de la imagen. Estas cartelas o filacterias no se encuentran en el grabado de Zacatecas, donde se han sustituido por un texto situado en la parte inferior que informa del objeto de la devoción y del autor. El resto de los elementos iconográficos que componen el grabado se repite prácticamente punto por punto, si bien con un tratamiento un tanto más ingenuo y simplificado en la copia mexicana: Cristo en una cruz alzada sobre el cráneo de Adán (Gólgota) y titulus resumido (INRI, con N invertida en el grabado mexicano) colocado en posición oblicua al stipes; ángel que recoge los frutos de la Pasión (el agua y la sangre del costado de Cristo); grupo de ángeles en el lado contrario; imágenes del sol y luna del relato evangélico; escenas de la Muerte (representada por un esqueleto que porta la clásica guadaña) y del combate de San Miguel con la serpiente-dragón (Satanás). La escena toda presenta un fondo urbano alusivo a la ciudad de Jerusalén y va enmarcada por un recuadro floreado flanqueado por los dos ángeles antes citados con las lanzas (la de Longinos y la que sirvió para ensartar la esponja empapada en vinagre) así como las figuras de otros instrumentos de la Pasión (martillo, tenazas).

Se desconoce cuándo y quién introdujo en Zacatecas la devoción al Santo Cristo de Yanguas, aunque Bernardo del Hoyo da cuenta de que en el año 1827 una tal María Francisca Hernández levantó una capilla dedicada a la veneración del Santo Cristo de Yanguas en la antigua Casa del Cobre de dicha ciudad. El mismo autor nos informa de que algunos años más tarde, hacia 1843, la imagen había sido trasladada a la nave principal de la iglesia de Santo Domingo. La capilla del Cristo de Yanguas de Zacatecas no se conserva en la actualidad y seguramente fue derruida durante el periodo de las Leyes de Reforma (1859-1860), periodo profundamente anticlerical que concluyó con la nacionalización de bienes eclesiásticos y la definitiva separación entre la Iglesia y el Estado. En la actualidad sólo una placa expuesta el 22 de noviembre de 1994 en el lugar que ocupaba la antigua capilla del Cristo de Yanguas informa de su existencia.

La breve reseña publicada por B. del Hoyo es la única noticia segura que tenemos sobre el culto al Cristo de Yanguas en Zacatecas. Sin embargo pensamos que existen argumentos suficientes que permitirían remontar la devoción en la ciudad mexicana a la sagrada imagen del Cristo de Yanguas algunos siglos antes, seguramente al momento mismo de su fundación.

 
Los inicios de Zacatecas se remontan a 1548 cuando el vizcaíno Juan de Tolosa, un antiguo compañero de Cortés, junto con sus camaradas Diego de Ibarra, Cristóbal de Oñate y Baltasar Temiño de Bañuelos, decide fundar una ciudad al norte de Nochistlan. El lugar escogido era un paraje rico en yacimientos de mineral de plata conocido como cerro de la Bufa. El sitio estaba habitado por la tribu de los zacatecas, un grupo perteneciente a la etnia de los indios chichimecas, de donde finalmente le vino el nombre a la ciudad. Originalmente el primitivo poblado se llamó Real de Minas de Nuestra Señora de los Zacatecas, si bien gracias a la riqueza de sus yacimientos argentíferos el primitivo asentamiento pronto alcanzó el rango y título de ciudad. Juan de Tolosa, el fundador de Zacatecas, debía mantener una muy buena relación personal con el conquistador de México, amistad forjada sin duda como camaradas de armas en la dura época de la conquista del imperio azteca, porque Cortés lo escogió para desposar a su hija Leonor. Merece la pena detenernos un poco en la figura de Leonor Cortés Moctezuma porque parece haber desempeñado un papel fundamental en toda esta historia.

Leonor había nacido en torno a 1529 fruto de la relación entre Hernán Cortes y la princesa mexica Isabel de Moctezuma (Tecuichpo Ixcaxochitzin), hija del emperador azteca Moctezuma. Isabel tuvo una vida sentimental un tanto ajetreada, sobre todo teniendo en cuenta que se trataba de una princesa azteca. A lo largo de su vida se desposó en cinco ocasiones. Sus tres primeros matrimonios los contrajo con nobles mexicas: Atlixcatzin, Cuitláhuac y Cuauhtémoc, estos dos últimos sucesores de Moctezuma en el trono azteca. Más tarde Isabel fue desposada con otros tres caballeros españoles (Alonso de Grado en 1526, Pedro Gallego de Andrade en 1528 y Juan Cano de Saavedra en 1531). Sobrevivió a sus cuatro primeros maridos y falleció en 1550. Cortés la tuvo siempre en gran estima, pues el conquistador era consciente del alto linaje de Isabel, de ahí que se encargara de su conversión al cristianismo y, tras su matrimonio con Alonso de Grado, le otorgara como dote la rica encomienda de Tlacopan. Por su parte, la Corona de España reconoció la nobleza tanto de Isabel como de su medio hermano Pedro, hijos ambos de Moctezuma, otorgándoles el título de condes de Miravalle. Pero, como hemos dicho, quien interesa verdaderamente en esta historia no es Isabel, sino su hija Leonor.

Leonor Cortés Moctezuma no fue una hija querida por su madre. Según algunos autores esto fue debido a que la princesa mexica había sido forzada por Cortés. No obstante, parece más verosímil suponer que Isabel de Moctezuma hubiera buscado refugio voluntariamente en brazos de Cortés a la muerte de Alonso de Grado, ya que el conquistador continuaba siendo el hombre más influyente y poderoso de Nueva España y la viudedad dejaba a Isabel en una situación un tanto precaria (Kalyuta, 2009). En cualquier caso, sea como fuere, Isabel repudió a su hija Leonor hasta el punto de que no la incluyó siquiera en sus últimas voluntades. No sucedió lo mismo con Cortés, quien a la muerte de Isabel acogió a la niña bajo su protección, encargando su cuidado a un pariente cercano y colaborador leal, Juan Gutiérrez de Altamirano (primo de Cortés por línea materna y mayordomo del conquistador), tal como había hecho también con el hijo que había tenido con la Malinche, llamado como después su medio hermano Martín en honor al padre del conquistador. El interés de Cortés por su hija queda patente en que, a pesar de no haber sido mencionada en el testamento de su madre, por voluntad expresa de Cortés y Altamirano, Leonor pudo beneficiarse de un quinto de la herencia materna. Más tarde Cortés, al igual que había hecho antes con su madre, proporcionó a Leonor un buen casamiento con el fundador de Zacatecas Juan de Tolosa (Sagaón, 2000).

Más o menos por las mismas fechas del nacimiento de Leonor, esto es, hacia 1529 o un año después, en 1530, Cortés contrajo matrimonio con Juana Ramírez de Arellano, hija de Carlos Ramírez de Arellano y Juana Manrique de Zúñiga. La mujer de Cortés habría nacido o al menos se habría criado en Yanguas, lugar de residencia habitual de su padre el conde de Aguilar. Fruto de la unión de Cortés y Juana nacería Martín (1532-1589), que heredaría el título de marqués del valle de Oaxaca, y otros cinco hijos más, dos de los cuales murieron al poco de nacer. Con este matrimonio Cortés buscaba emparentar con dos de los principales linajes de Castilla y acrecentar así su propia alcurnia y la de su descendencia. Por parte paterna, Juana era hija del II conde de Aguilar y pertenecía, por tanto, a la familia de los señores de los Cameros. Pero, además, estaba emparentada por vía materna con otra de las más grandes familias de Castilla, los Zúñiga y Guzmán, que ostentaban el ducado de Béjar, con Grandeza de España desde 1520.

La relación entre la familia Cortés con el linaje de los Arellano continuó con Martín Cortés, el futuro II marqués del Valle, quien en 1548 casó con Ana Ramírez de Arellano, prima y sobrina suya. Esta noble dama era hija de Pedro Ramírez de Arellano, hijo de Carlos Ramírez de Arellano y hermano, por tanto, de Juana, esposa de Cortés, y de otra Ana Ramírez de Arellano, hija de Alonso Ramírez de Arellano. Al igual que su tía, Ana había nacido o se había criado en Yanguas, o según otros en la villa riojana de Nalda, pues no es posible determinar con seguridad el lugar de nacimiento de la esposa de Martín Cortés ya que varía en los expedientes nobiliarios correspondientes a sus hijos Pedro y Jerónimo Cortés (Lohmann, 1993: 111s y 177s). De este matrimonio hubo cuatro hijos que se sucedieron al frente del marquesado del Valle de Oaxaca al morir los tres primeros sin descendencia: Fernando, Pedro, Jerónimo y Juana Cortés Ramírez de Arellano.

Para nuestro estudio resulta interesante fijar nuestra atención sobre la rama paterna de la mujer de Cortés. Como es sabido, la familia Ramírez de Arellano se remonta a un linaje navarro que entró al servicio de Enrique II en la época de la guerra civil que enfrentó a éste con su hermanastro Pedro I de Castilla (Diago Hernando, 1991). El de los Arellano es uno de los nuevos linajes aupados gracias a las mercedes otorgadas por los Trastámara. La fidelidad de los Ramírez de Arellano a la nueva dinastía fue recompensada por los monarcas de la casa de Trastámara con la entrega del Señorío de los Cameros, uno de los más importantes del reino de Castilla. Dicho señorío incluía la villa y tierra de Yanguas y, de hecho, hicieron de la villa soriana una de sus residencias predilectas. Aquí construyeron un hermoso castillo-palacio donde pasaría largas estadías el suegro de Cortés y que todavía se conserva parcialmente en pie. Para esta época la devoción al Santo Cristo de Yanguas debía ser ya una realidad en la zona aunque, como hemos dicho, las primeras alusiones al mismo no se documenten hasta 1663, más de un siglo después.

La vinculación familiar de los Arellano con la villa de Yanguas y el matrimonio de Juana con Hernán Cortés parece proporcionar una explicación lógica a la implantación de la devoción al Santo Cristo de Yanguas en Nueva España hacia mediados del siglo XVI. Pero entonces ¿Por qué esa devoción se habría de conservar en Zacatecas y no en Cuernavaca, lugar donde tenía su residencia el matrimonio de Cortés y Juana? No es fácil dar una respuesta a este interrogante, pero creemos muy probable, dadas la práctica coincidencia entre el año de nacimiento de Leonor y el de casamiento de Juana (1529/1530) así como la actuación de Cortés con respecto a Leonor, a quien siempre consideró como hija suya, que Juana influyera en la devoción de la niña por el Santo Cristo de Yanguas y que fuera la misma Leonor quien finalmente introdujera esta devoción en Zacatecas al desposarse con Juan de Tolosa, el fundador de la villa mexicana. Tengamos en cuenta que Leonor apenas contaba cuatro años más que su hermanastro Martín Cortés, nacido en 1533, y que los dos primeros hijos del matrimonio murieron poco después de nacer. Criada bajo la tutela de Altamirano, pariente y mayordomo –es decir, jefe de la casa– de Cortés, no es difícil imaginar a la niña compartiendo juegos con su medio hermano en el palacio-fortaleza que Cortés había levantado en Cuernavaca. Aparte de esta afinidad familiar, Leonor asistiría también a las prácticas religiosas que formaban parte obligada de la educación de la nobleza de su época y en este punto la influencia de los Arellano en su formación y dirección espiritual –no en vano Juana Ramírez era su madrastra– pudo y debió ser determinante. Si, como parece muy probable, la devoción al Cristo de Yanguas estaba ya implantada en su villa natal, sería lógico pensar que fuera la propia Juana quien se la transmitiera a su hijastra y que ésta a su vez la llevara posteriormente a Zacatecas. Y puesto que en esa época el uso de estampas impresas no alcanzaba todavía la difusión que gozaría décadas más tarde, dicha transmisión debió realizarse con toda probabilidad en forma de un estandarte, tal como los que hasta hoy día se usan en la fiesta de las Procesiones de Pentecostés y de los que se enarbolaban antiguamente en las campañas militares, al estilo, por seguir con un ejemplo relacionado también con México, del estandarte de la Virgen de Guadalupe que Juan Andrea Doria entronizó en su galera durante la batalla de Lepanto (1571). Como se sabe, este célebre estandarte fue un obsequio del obispo Alonso de Montúfar a Felipe II que el monarca  español entregó al marino veneciano antes de la batalla. Tras una serie de avatares históricos, el estandarte de la Virgen de Guadalupe fue donado por el cardenal Doria a la iglesia de Santo Stefano d’Aveto, cerca de Génova, en cuyo retablo mayor puede admirarse hoy día. Un proceso semejante –estandarte familiar y militar primero y custodia como reliquia en una iglesia local después– bien pudo darse en el caso del Cristo de Yanguas y su devoción en Zacatecas, esta vez en relación con las campañas de conquista del norte de México.

 
Como se ha dicho, la implantación del linaje Ramírez de Arellano en el virreinato y el mantenimiento de la relación con Yanguas a través de sus parientes peninsulares pudieron ser dos factores que propiciaran a la implantación de la devoción por el Cristo de Yanguas en Nueva España. Pero, además de estos dos factores ya descritos, hubo un tercer elemento favorable a la difusión del culto al Cristo de Yanguas del que debemos hacer mención ahora: el carácter mismo de la colonización del norte de México. Merece la pena subrayar aquí un punto que nos parece importante y es el hecho de que la colonización del norte de México fuera realizada en buena parte por castellanos de origen vizcaíno, como el propio Juan de Tolosa o sus compañeros Diego de Ibarra y Cristóbal de Oñate. Entre estas familias vizcaínas se tejió una verdadera red de relaciones de parentesco sobre la que se levantaría posteriormente la conquista y colonización del norte de México. El mismo Juan de Oñate, conquistador de Nuevo México y el suroeste de los actuales EE UU, era hijo de aquel Cristóbal de Oñate que acompañó a Juan de Tolosa en la fundación de Zacatecas. Juan de Oñate casaría después con Leonor Tolosa Cortés Moctezuma, una de las dos hijas habidas en el matrimonio de Juan de Tolosa y Leonor Cortés Moctezuma. La segunda de las hijas de Leonor Cortés y Juan de Tolosa, llamada Isabel como su abuela, también casó con otro vizcaíno, Cristóbal de Zaldívar, sobrino de Cristóbal de Oñate, uno de los hombres más ricos de Nueva España. Por otro lado, algunos topónimos de la zona recuerdan también la importancia del elemento vasco en la colonización del norte del país, como es el caso de la ciudad de Durango y la provincia de Nueva Vizcaya, fundadas por el eibarrés Francisco de Ibarra, sobrino de Diego de Ibarra, otro de los compañeros de Juan de Tolosa.

La tendencia a la implantación de redes clientelares entre la nobleza novohispana de los siglos XVI-XVIII hizo que la oligarquía de Zacatecas se conformara sobre todo a partir de un núcleo de gentes de origen vizcaíno cuya fortuna estaba ligada principalmente a la extracción de la plata de las ricas minas de la región. Conviene recordar que en Zacatecas y en la vecina San Luis de Potosí se hallaban las principales minas de plata del virreinato de Nueva España hasta el punto que durante siglos la expresión popular “valer un Potosí” llegó a ser proverbial en Castilla en el sentido de “valer una fortuna”. Entre los siglos XVI-XVIII la plata americana afluyó abundantemente a la península y contribuyó a sufragar los abundantes gastos derivados sobre todo de la política internacional de la corona española. Si bien la corona se llevaba una buena porción de esa plata que llegaba a España, no debe olvidarse tampoco que una parte sustancial arribaba a través de canales privados, mediante regalos suntuarios o entregas de plata realizados por los ricos hacendados indianos a sus parientes de la península o a santuarios de los que eran devotos. Y, para el tema que nos ocupa resulta fundamental subrayar este punto porque el tráfico comercial de esta oligarquía vasca asentada en el Nuevo Mundo con sus parientes de España era realizado a través de canales de comunicación que estaban controlados mayoritariamente  por yangüeses, es decir, por las gentes oriundas de la villa y tierra de Yanguas.

En efecto, la abundante documentación procedente de la Casa de Contratación de Sevilla pone de manifiesto que, en el caso de la llamada “conducta de plata”, es decir, las remesas remitidas por vizcaínos desde América –procedentes principalmente de México y Perú–, eran trajinadas desde la capital hispalense hasta sus lugares de destino a través de arrieros yangüeses. Por aquel entonces la relación de los yangüeses con los vizcaínos debía ser muy estrecha y probablemente, tal como era común en la época, se afianzaría a través de vínculos de parentesco anudados mediante enlaces matrimoniales, de ahí la frecuencia de apellidos vascos entre las gentes de Yanguas incluso a día de hoy. Sabemos, en efecto, que durante los siglos XVI y XVII los yangüeses llegaron a monopolizar la práctica comercial entre Sevilla y las villas vascongadas a través de la ruta que de ellos precisamente recibía el nombre de “Camino de los yangüeses”. Y sabemos también que entre estos objetos de valor se encontraban no pocas piezas de temática religiosa, así como donaciones a iglesias parroquiales de los lugares de origen de los indianos o de especial significación simbólica para ellos (Quiles, 2001). La relación entre yangüeses y vizcaínos se veía favorecida además por vínculos históricos y culturales debido a la común pertenencia de ambos territorios al reino de Castilla y al obispado de Calahorra y La Calzada. Por otro lado, para conseguir el monopolio en la práctica del comercio entre los vizcaínos de una y otra orilla del océano, los yangüeses se vieron beneficiados por un antiguo privilegio de portazgos otorgado por Alfonso XI (1312-1350) en 1347 y ratificado sucesivamente por los reyes de Castilla, por el cual estaban exentos del pago de ese impuesto a las mercaderías en casi todas las ciudades del reino (Camporredondo, 1934: 31-34; Delgado, 1981: 47-55; Toledo, 1995: 45 y 217). Este privilegio determinó durante siglos la suerte de la tierra de Yanguas al hacer de la arriería, junto a la ganadería trashumante, los dos vectores de desarrollo económico de la comarca. Y ambas actividades se apoyaban de forma recíproca: los arrieros yangüeses podían contar con la complicidad de sus parientes dedicados al pastoreo trashumante y la red de relaciones de parentesco y lealtades entablada por ellos en su cíclico trasiego de ganados desde el norte de Castilla a las ricas vegas del Guadalquivir. La colaboración mutua entre arrieros y ganaderos debió facilitar de seguro la actividad de los yangüeses en sus continuas idas y venidas por los caminos de Castilla.

Por lo que respecta a nuestro tema, resulta muy posible a nuestro juicio que la relación comercial entre yangüeses y vizcaínos de Ultramar contribuyera al mantenimiento de la devoción al Cristo de Yanguas en Zacatecas durante los casi tres siglos que median entre 1530 (matrimonio de Cortés y Juana Ramírez de Arellano) y 1827 (primera noticia segura de la capilla del Cristo de Yanguas en Zacatecas). Las corrientes de piedad popular no suelen apagarse sin más y, de hecho, no resulta extraña la supervivencia de una devoción o creencia religiosa a lo largo de varios siglos. Aunque esto es fácil de entender para una devoción local, como sería el caso de Yanguas, resulta sin embargo más difícil de explicar en contextos ajenos a aquéllos de los que se nutre la tradición original, como de hecho sucede con la devoción por el Cristo de Yanguas en Zacatecas. En realidad, excepto en casos excepcionales, sólo la continuidad de la relación con el lugar donde había nacido la tradición permitiría la supervivencia del culto a largo plazo en un medio extraño al que le viera nacer. Y esa conexión debió darse de dos formas: una, como hemos visto, por la relación y comunidad de intereses entre yangüeses y vizcaínos, y, en segundo lugar, directamente a través de la arribada de yangüeses al Nuevo Mundo. Sabemos en este sentido que algunos ilustres hombres de la tierra asentados en las Indias continuaron manteniendo intacta su vinculación espiritual con el santuario yangüés a lo largo de los siglos XVII y XVIII.

Para el siglo XVII tenemos el caso de D. Esteban de San Miguel, residente en Lima (Perú), que donó 6 blandones de plata de 112 onzas cada uno para la Capilla del Santo Cristo de Yanguas y 3 840 reales para dorar el retablo de la Concepción. Más interesante es el hecho de que por esas mismas fechas un ilustre personaje avecindado en Zacatecas, D. Miguel Sánchez, hizo donación a la iglesia de Santa María de Yanguas –donde se encuentra el Santo Cristo– de una custodia de plata. También por esos años D. Manuel Sánchez Hidalgo hacía donar desde México dos arañas de plata para la Capilla del Santo Cristo de Yanguas (Camporredondo, 1934: 58; Toledo, 1995: 149s). A finales de siglo, en 1696, el indiano residente en México Baltasar del Río y su hermano Juan costearon la construcción de la capilla de Ánimas de la iglesia de Nuestra Señora del Valle de La Cuesta (Toledo, 1995: 150). Otro indiano ilustre, aunque su identidad queda por el momento en el anonimato, debió sufragar la construcción de la iglesia de San Pedro Apóstol de Bretún (siglos XVI-XVIII), cuya techumbre está cubierta con bóvedas decoradas con estucos de estilo colonial. Esta iglesia conserva asimismo un retablo con la imagen de un Crucificado claramente inspirado en el Cristo de la Villa Vieja, de forma que casi puede considerarse una reproducción del mismo, y una reproducción de la tilma de Juan Diego con la imagen de la Virgen de Guadalupe que se dice del XVIII aunque no he podido comprobar este extremo. Lo cierto es que ambas imágenes convierten a la iglesia de San Pedro de Bretún en un sensible remedo del santuario de Yanguas con su Santo Cristo y su retablo dedicado a la imagen guadalupana.

Todas estas donaciones de indianos al santuario matriz son la prueba cierta de que la corriente de devoción hacia el Santo Cristo de Yanguas se mantuvo muy viva entre los emigrantes yangüeses residentes en el Nuevo Mundo a lo largo del siglo XVII. Pero será sin duda durante el siglo XVIII cuando esta relación entre las gentes de Yanguas y las ricas zonas mineras del norte de México se incrementaría notablemente.

Durante el siglo XVIII, en efecto, tendrá lugar la máxima influencia yangüesa en el virreinato. Esto se debe a que los envíos de plata mexicana a la península debían pasar ineludiblemente por el importante puerto de Veracruz, desde donde se iniciaba la llamada “Carrera de Indias”, es decir, la circulación regular de navíos que comunicaba la metrópoli con América. La promoción en 1726 a Regidor de Veracruz y Alcalde ordinario de la ciudad (en 1712 y 1735) de D. Gaspar Sáenz Rico y Valdecantos (+1766) es sin duda el punto culminante de esa influencia. Este ilustre yangüés había casado con Clara Mª de Monterde y Antillón Lasso Nacarino, dama que formaba parte de una importante familia novohispana de origen extremeño (Sanchiz – Conde Díaz, 2005). El enlace permitió a D. Gaspar afirmar aún más su prestigio social y económico en Nueva España, al tiempo que le abriría las puertas de los círculos navieros gaditanos con los que la familia Monterde estaba bien relacionada. Recordemos que a lo largo del siglo XVIII Cádiz reemplazó a Sevilla como centro del comercio naval con las Indias. Como buen comerciante, D. Gaspar Sáenz Rico supo beneficiarse de los lazos que la familia Monterde y Antillón habían anudado con las navieras de Cádiz a través de los Consulados navieros, fundando una casa comercial denominada “Gaspar Sáenz Rico, Hijos y Cía.” Que, entre otras actuaciones, fue la encargada de remitir al Consejo de la Suprema en España los fondos del Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición. Aparte de personaje influyente en el virreinato, rico hacendado y comerciante de éxito, D. Gaspar era asimismo hombre muy devoto y probada piedad. Fundó y protegió varias obras pías en Veracruz y en su patria natal (Sanchiz – Conde Díaz, 2005: 99s). A su muerte en 1766, legó la nada despreciable cifra de 30 000 reales para la construcción en la villa de Yanguas del Hospital de Santiago para peregrinos al que dotó generosamente de bienes y tierras y que en la actualidad está destinado a albergue. Un retrato de cuerpo entero de este ilustre yangüés decoraba antiguamente la iglesia de San Pedro de Yanguas, donde fuera bautizado. La iglesia, de estilo gótico, se hallaba a la entrada de la villa y hoy apenas se conservan algunas paredes en ruinas, especialmente las correspondientes a la cabecera. El lienzo en cuestión se custodia en el salón de plenos del Ayuntamiento de Yanguas (Camporredondo, 1934: 51s y 95-97; Toledo, 1995: 145).

La influencia de la familia Sáenz Rico en la sociedad veracruzana se perpetuó durante años con el enlace en 1726 de una de sus hijas, Ignacia Sáenz Rico, con Pedro Sáenz de Santa María y Sáenz de Almarza, natural de Viguera (La Rioja), también en los antiguos dominios del conde de Aguilar. D. Pedro Sáenz de Santa María, hijodalgo del solar de Valdeosera, miembro de la más antigua y calificada nobleza de la Rioja y asimismo con importantes lazos comerciales y personales con Cádiz (uno de sus hijos será el fundador y director espiritual del Oratorio de la Santa Cueva de Cádiz), llegó a ser Regidor de Veracruz y su Alcalde ordinario durante los años 1731 y 1736, en este último caso sustituyendo en el cargo a su suegro, en lo que supone un manifiesto ejemplo del poder de influencia de D. Gaspar.

Como hemos dicho, Veracruz era el punto de partida de la plata mexicana hacia España, pero el origen de este comercio hay que buscarlo en el interior de México, en las ricas minas de Zacatecas y Potosí. De ahí que debamos cerrar esta relación con otro importante personaje de origen yangüés avecindado en la Nueva España del siglo XVIII. Se trata de D. Francisco Martínez de la Cámara, rico comerciante residente en la misma Zacatecas (Escobedo, 2004: 120). Por la documentación que consta en Yanguas se sabe que D. Francisco debía ser muy devoto de la imagen del Santo Cristo, pues desde la lejana Zacatecas mandó fabricar a sus expensas dos arañas (lámparas) de plata destinadas a su capilla de Yanguas (Camporredondo, 1934: 58; Toledo, 1995: 145). Es muy probable que el matrimonio de Francisco Martínez de la Cámara con la aristócrata lugareña Mª Ana de Rivera, perteneciente a una importante pero arruinada familia novohispana, contribuyera decisivamente a revitalizar la devoción al Cristo de Yanguas en la villa mexicana. Francisco Martínez de la Cámara debió fallecer en torno a 1797, esto es, 30 años antes de la primera noticia fehaciente sobre una capilla destinada al Cristo de Yanguas en Zacatecas. La construcción de esta capilla en el año 1827 –prácticamente un siglo después de la construcción de la nueva capilla de Yanguas– supone el definitivo espaldarazo de lo que debía ser un culto muy extendido ya por esas fechas. El nuevo santuario y la impresión de grabados reproduciendo la imagen debieron contribuir sin duda a difundir su culto entre las clases populares hasta que la legislación anticlerical de los gobiernos mexicanos de mediados del siglo XIX provocaría la ruina de la capilla y con ella la pérdida de la devoción por el Cristo de Yanguas en Zacatecas.
 

 
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