Publico un artículo muy interesante que me ha remitido Rafa Barroso en relación a la noticia que publiqué el mes pasado sobre la devoción al Santo Cristo en México. Como veréis está muy bien documentado y nos revela una historia hasta ahora desconocida para muchos de nosotros.
Me gustaría proponer algo: hermanarnos con esa población mexicana.
De Yanguas a Zacatecas. Un recorrido a través de la devoción al Santo Cristo de Yanguas en el Virreinato de Nueva España.
Rafael Barroso Cabrera
Una
entrada del blog “Noticias de Yanguas” que dirige Esther Palacios
correspondiente al 5 de octubre de este año daba a conocer la curiosa noticia
de la devoción al Santo Cristo de Yanguas en la lejana ciudad de Zacatecas
(México). La noticia se hacía eco de otra entrada anterior transmitida por el blog
de Bernardo del Hoyo Calzada de fecha 27 de septiembre de 2014 que recogía a su
vez un artículo publicado en junio de ese mismo año en un periódico de la
diócesis de Zacatecas (del Hoyo, 2008: 4).
A
primera vista puede parecer extraña ese interés en una parte tan alejada del
mundo por una imagen como el Santo Cristo de la Villa Vieja, cuya devoción no
ha sobrepasado en la propia España los límites de las tierras correspondientes
a la villa y tierra de Yanguas y el valle riojano de Arnedo que antaño formaban
parte común del Camero Viejo. Sin embargo, como tendremos ocasión de ver a
continuación, la relación entre Yanguas y México no fue siempre tan lejana ni
tan esporádica como a primera vista nos puede resultar ahora.
Antes de entrar en materia
conviene decir algo acerca de la imagen del Santo Cristo tal como se ve reflejada
en los grabados de Yanguas y Zacatecas. En ambos casos se trata de una fiel
reproducción de la talla que se venera desde tiempo inmemorial en la Capilla
del Santo Cristo de la Villa Vieja de la iglesia de Santa María de Yanguas. Como
todo el mundo sabe pero interesa recordar para los lectores que no conocen el
pueblo, la Capilla del Santo Cristo fue construida entre los años 1724 y 1725 y
se encuentra adosada al lado norte de la iglesia de Santa María, construcción de
finales del siglo XV con importantes añadidos de los siglos XVI-XVII. La
iglesia de Santa María es de tres naves, la principal con retablo renacentista
que custodia una imagen del siglo XIV de la Virgen entronizada con el Niño. La
nave derecha tiene un retablo consagrado a la Virgen de Guadalupe (en su
versión mexicana) y la izquierda un altar dedicado a San José. La capilla del
Cristo se encuentra separada de la iglesia por una reja que indica que la
capilla en cuestión pertenece no a la villa sino a la agrupación de 25 pueblos
que antaño formaban la Comunidad de Villa y Tierra de Yanguas (llamada a partir
de 1835 Excomunidad de Yanguas).
La Capilla del Santo Cristo
es una construcción del siglo XVIII que presenta planta de cruz griega. Está
cubierta por una soberbia cúpula decorada con pinturas y rematada en el centro
con una linterna. A los pies de la capilla se encuentra un coro elevado. Adosada
a su lado oriental se encuentra asimismo la sacristía, donde puede contemplarse
una gran concha natural antiguamente utilizada para la administración del
bautismo, donación segura de algún indiano. En cada uno de los ángulos de la
capilla se hallan representados los santos titulares de las antiguas iglesias que
existían en la villa: Santa María de la Asunción, San Miguel, San Pedro Apóstol
y San Lorenzo. El interior de la capilla alberga un magnífico retablo barroco obra
de Melchor Rodríguez de Carabantes. El centro de este espléndido retablo es la
imagen de un Crucificado que es el que da nombre a la capilla y el que aparece
reproducido en los grabados en cuestión. Se encuentran también representaciones
de la Trinidad sobre el Crucificado, la Virgen y San Juan Evangelista a ambos
lados del mismo. Acompañan a estas imágenes las figuras de las tres Virtudes
teologales. Alrededor de estas figuras se hallan diseminados los distintos elementos
de la Pasión (clavos, tenazas, martillo, etc.). El retablo ocupa el lado norte
de la capilla y fue ensamblado definitivamente en 1731, aunque no sería
inaugurado hasta cinco años después, en 1736, debido a un pleito que mantuvo el
maestro con la Junta de Obras encargada de la construcción de la capilla (Camporredondo,
1934: 19-23; Toledo, 1995: 157-162).
Es fama en la comarca que
este Cristo fue enarbolado por los yangüeses en la batalla de Las Navas de
Tolosa (año 1212), tradición que, no obstante, presenta algunas dificultades. En
principio la intervención de una hueste yangüesa en esta crucial batalla contra
los invasores almohades no está confirmada por ninguna fuente y el cronista
Ximénez de Rada, testigo y protagonista principal de la batalla, no la menciona.
Sin embargo, a pesar de la ausencia de referencias no sería en modo alguno
extraña la presencia de un contingente yangüés en dicha jornada si tenemos en
cuenta la presencia de la milicia concejil de Soria, la procedencia yangüesa del
Gran Maestre de la Orden de Calatrava D. Ruy Díaz de los Cameros (probablemente
de la casa de los titulares de este importante señorío) y la fidelidad mostrada
por sorianos y riojanos al rey Alfonso VIII tanto durante la minoridad del
monarca como en sus luchas con el rey de Navarra. Tanto Rodrigo o Ruy Díaz de los
Cameros o de Yanguas, sexto (o séptimo, si contamos al fundador de la Orden, Raimundo
de Fitero) Gran Maestre de Calatrava, como su hermano Álvaro tuvieron una
destacada actuación en esta trascendental batalla de nuestra Reconquista.
Rodrigo Díaz, en efecto, fue, con Diego López de Haro y Gonzalo Núñez de Haro,
uno de los jefes del ejército de Alfonso VIII. A Rodrigo le fue encomendado el
mando del centro del ejército cristiano (Hist. reb. Hisp. VIII 3 y 9, ed. Fernández
Valverde, 1989: 310 y 319-321).
No obstante la fuerza que
esta tradición tiene en la villa de Yanguas, la imagen del Crucificado que se
conserva en la iglesia de Santa María es varios siglos posterior a la batalla
de Las Navas. Es posible que sustituyera a alguna otra imagen anterior ya
deteriorada por el paso del tiempo puesto que un libro de cuentas de 1663
informa de la existencia de una antigua imagen y capilla a la que se habrían
destinado varias donaciones. El padre Camporredondo supuso que la antigua capilla
pudo ser la dedicada a San José o una ermita desaparecida ya en su tiempo y que
probablemente haya que identificar con la antigua ermita de San Lázaro sobre la
que se construyó la sacristía de la iglesia de Santa María (Camporredondo,
1934: 18s y 60). Esta noticia es importante porque demuestra la existencia del
culto al Cristo de Yanguas con anterioridad a la construcción en el siglo XVIII
de la Capilla del Santo Cristo. El Museo diocesano de Yanguas, por su parte,
conserva dos imágenes del Crucificado, una románica y otra de transición al
gótico, que pudieron ser los precedentes del actual Cristo barroco. De ser así
en Yanguas se habría venerado un crucifijo de diferente estilo (románico,
gótico y barroco) según el gusto de la época.
En cualquier caso la
veneración al Santo Cristo ha sido enorme en toda Yanguas y su tierra durante
siglos. Ni siquiera una excepcional escultura de un Cristo yacente que, si no
es talla salida de las manos del propio Gregorio Fernández, debe ser obra de
algún discípulo aventajado de su taller, ha podido eclipsar la fama del Cristo
de la Villa Vieja. La gran devoción por esta imagen convirtió durante siglos a
la iglesia de Santa María en un importante centro de peregrinación para las
gentes de las tierras altas sorianas y el valle de Arnedo. El Santo Cristo
cuenta además con un solemne himno compuesto por el maestro Ángel Martínez
Llorente, autor asimismo del hermoso himno de Yanguas, composiciones ambas que
suelen reproducirse todos los años con ocasión de las fiestas más solemnes como
son la dedicada al propio Santo Cristo de la Villa Vieja (16 de julio) y las
procesiones de Pentecostés, donde los vecinos de los pueblos que una vez
formaron parte de la Comunidad de Villa y Tierra peregrinan hasta la Capilla
del Santo Cristo enarbolando sus antiguos estandartes decorados con las
imágenes de sus santos patronos.
En cuanto a la imagen de
Zacatecas es posible deducir con seguridad que es una reproducción de un
grabado anterior realizado a partir de la imagen venerada en la Capilla de Yanguas.
Esto se comprueba en el detalle de que la talla del Crucificado conservada en
la capilla de Santa María se encuentra enmarcada por dos columnas salomónicas
dispuestas a ambos lados, mientras que los grabados presentan en su lugar dos
ángeles (uno negro en el lado izquierdo y otro blanco en el derecho)
sosteniendo sendas lanzas.
Por lo demás el tratamiento
iconográfico de ambas imágenes es prácticamente idéntico a excepción de las
filacterias del original yangüés que se han sustituido por un texto a pie de
imagen en la copia mexicana, y la ausencia del paño de la Verónica que corona
la escena en el grabado original, que también falta en esta última. El grabado
yangüés data de 1754 y es obra de Andrade (“Andrade
Sculp.”). La imagen de Zacatecas va firmada por Xavier Aguilar y no lleva
data alguna. El original yangüés presenta dos cartelas: una inferior, relativa
a una indulgencia de 100 días aprobada por el cardenal Mendoza, y otra, que
ocupa la parte superior, ordenada por D. Andrés de Porras, obispo de Calahorra
y La Calzada (diócesis a la que pertenecía la tierra de Yanguas hasta mediados
del siglo XX), otorgando 4 días de indulgencia a quien rezare un acto de
contrición delante de la imagen. Estas cartelas o filacterias no se encuentran
en el grabado de Zacatecas, donde se han sustituido por un texto situado en la
parte inferior que informa del objeto de la devoción y del autor. El resto de
los elementos iconográficos que componen el grabado se repite prácticamente punto
por punto, si bien con un tratamiento un tanto más ingenuo y simplificado en la
copia mexicana: Cristo en una cruz alzada sobre el cráneo de Adán (Gólgota) y titulus
resumido (INRI, con N invertida en el
grabado mexicano) colocado en posición oblicua al stipes; ángel que recoge los frutos de la Pasión (el agua y
la sangre del costado de Cristo); grupo de ángeles en el lado contrario;
imágenes del sol y luna del relato evangélico; escenas de la Muerte
(representada por un esqueleto que porta la clásica guadaña) y del combate de
San Miguel con la serpiente-dragón (Satanás). La escena toda presenta un fondo
urbano alusivo a la ciudad de Jerusalén y va enmarcada por un recuadro floreado
flanqueado por los dos ángeles antes citados con las lanzas (la de Longinos y
la que sirvió para ensartar la esponja empapada en vinagre) así como las
figuras de otros instrumentos de la Pasión (martillo, tenazas).
Se desconoce cuándo y quién
introdujo en Zacatecas la devoción al Santo Cristo de Yanguas, aunque Bernardo
del Hoyo da cuenta de que en el año 1827 una tal María Francisca Hernández levantó
una capilla dedicada a la veneración del Santo Cristo de Yanguas en la antigua
Casa del Cobre de dicha ciudad. El mismo autor nos informa de que algunos años
más tarde, hacia 1843, la imagen había sido trasladada a la nave principal de
la iglesia de Santo Domingo. La capilla del Cristo de Yanguas de Zacatecas no
se conserva en la actualidad y seguramente fue derruida durante el periodo de
las Leyes de Reforma (1859-1860), periodo profundamente anticlerical que
concluyó con la nacionalización de bienes eclesiásticos y la definitiva separación
entre la Iglesia y el Estado. En la actualidad sólo una placa expuesta el 22 de
noviembre de 1994 en el lugar que ocupaba la antigua capilla del Cristo de
Yanguas informa de su existencia.
La breve reseña publicada por
B. del Hoyo es la única noticia segura que tenemos sobre el culto al Cristo de
Yanguas en Zacatecas. Sin embargo pensamos que existen argumentos suficientes que
permitirían remontar la devoción en la ciudad mexicana a la sagrada imagen del
Cristo de Yanguas algunos siglos antes, seguramente al momento mismo de su
fundación.
Los inicios de Zacatecas se remontan
a 1548 cuando el vizcaíno Juan de Tolosa, un antiguo compañero de Cortés, junto
con sus camaradas Diego de Ibarra, Cristóbal de Oñate y Baltasar Temiño de
Bañuelos, decide fundar una ciudad al norte de Nochistlan. El lugar escogido
era un paraje rico en yacimientos de mineral de plata conocido como cerro de la
Bufa. El sitio estaba habitado por la tribu de los zacatecas, un grupo
perteneciente a la etnia de los indios chichimecas, de donde finalmente le vino
el nombre a la ciudad. Originalmente el primitivo poblado se llamó Real de
Minas de Nuestra Señora de los Zacatecas, si bien gracias a la riqueza de sus
yacimientos argentíferos el primitivo asentamiento pronto alcanzó el rango y título
de ciudad. Juan de Tolosa, el fundador de Zacatecas, debía mantener una muy
buena relación personal con el conquistador de México, amistad forjada sin duda
como camaradas de armas en la dura época de la conquista del imperio azteca, porque
Cortés lo escogió para desposar a su hija Leonor. Merece la pena detenernos un
poco en la figura de Leonor Cortés Moctezuma porque parece haber desempeñado un
papel fundamental en toda esta historia.
Leonor había nacido en torno
a 1529 fruto de la relación entre Hernán Cortes y la princesa mexica Isabel de Moctezuma
(Tecuichpo Ixcaxochitzin), hija del emperador azteca Moctezuma. Isabel tuvo una
vida sentimental un tanto ajetreada, sobre todo teniendo en cuenta que se
trataba de una princesa azteca. A lo largo de su vida se desposó en cinco
ocasiones. Sus tres primeros matrimonios los contrajo con nobles mexicas: Atlixcatzin,
Cuitláhuac y Cuauhtémoc, estos dos últimos sucesores de Moctezuma en el trono azteca.
Más tarde Isabel fue desposada con otros tres caballeros españoles (Alonso de
Grado en 1526, Pedro Gallego de Andrade en 1528 y Juan Cano de Saavedra en 1531).
Sobrevivió a sus cuatro primeros maridos y falleció en 1550. Cortés la tuvo
siempre en gran estima, pues el conquistador era consciente del alto linaje de
Isabel, de ahí que se encargara de su conversión al cristianismo y, tras su
matrimonio con Alonso de Grado, le otorgara como dote la rica encomienda de
Tlacopan. Por su parte, la Corona de España reconoció la nobleza tanto de
Isabel como de su medio hermano Pedro, hijos ambos de Moctezuma, otorgándoles
el título de condes de Miravalle. Pero, como hemos dicho, quien interesa verdaderamente
en esta historia no es Isabel, sino su hija Leonor.
Leonor Cortés Moctezuma no fue
una hija querida por su madre. Según algunos autores esto fue debido a que la
princesa mexica había sido forzada por Cortés. No obstante, parece más
verosímil suponer que Isabel de Moctezuma hubiera buscado refugio voluntariamente
en brazos de Cortés a la muerte de Alonso de Grado, ya que el conquistador
continuaba siendo el hombre más influyente y poderoso de Nueva España y la
viudedad dejaba a Isabel en una situación un tanto precaria (Kalyuta, 2009). En
cualquier caso, sea como fuere, Isabel repudió a su hija Leonor hasta el punto
de que no la incluyó siquiera en sus últimas voluntades. No sucedió lo mismo
con Cortés, quien a la muerte de Isabel acogió a la niña bajo su protección,
encargando su cuidado a un pariente cercano y colaborador leal, Juan Gutiérrez
de Altamirano (primo de Cortés por línea materna y mayordomo del conquistador),
tal como había hecho también con el hijo que había tenido con la Malinche, llamado
como después su medio hermano Martín en honor al padre del conquistador. El
interés de Cortés por su hija queda patente en que, a pesar de no haber sido
mencionada en el testamento de su madre, por voluntad expresa de Cortés y
Altamirano, Leonor pudo beneficiarse de un quinto de la herencia materna. Más
tarde Cortés, al igual que había hecho antes con su madre, proporcionó a Leonor
un buen casamiento con el fundador de Zacatecas Juan de Tolosa (Sagaón, 2000).
Más o menos por las mismas
fechas del nacimiento de Leonor, esto es, hacia 1529 o un año después, en 1530,
Cortés contrajo matrimonio con Juana Ramírez de Arellano, hija de Carlos
Ramírez de Arellano y Juana Manrique de Zúñiga. La mujer de Cortés habría
nacido o al menos se habría criado en Yanguas, lugar de residencia habitual de
su padre el conde de Aguilar. Fruto de la unión de Cortés y Juana nacería
Martín (1532-1589), que heredaría el título de marqués del valle de Oaxaca, y
otros cinco hijos más, dos de los cuales murieron al poco de nacer. Con este
matrimonio Cortés buscaba emparentar con dos de los principales linajes de
Castilla y acrecentar así su propia alcurnia y la de su descendencia. Por parte
paterna, Juana era hija del II conde de Aguilar y pertenecía, por tanto, a la
familia de los señores de los Cameros. Pero, además, estaba emparentada por vía
materna con otra de las más grandes familias de Castilla, los Zúñiga y Guzmán, que
ostentaban el ducado de Béjar, con Grandeza de España desde 1520.
La relación entre la familia
Cortés con el linaje de los Arellano continuó con Martín Cortés, el futuro II
marqués del Valle, quien en 1548 casó con Ana Ramírez de Arellano, prima y
sobrina suya. Esta noble dama era hija de Pedro Ramírez de Arellano, hijo de
Carlos Ramírez de Arellano y hermano, por tanto, de Juana, esposa de Cortés, y
de otra Ana Ramírez de Arellano, hija de Alonso Ramírez de Arellano. Al igual
que su tía, Ana había nacido o se había criado en Yanguas, o según otros en la
villa riojana de Nalda, pues no es posible determinar con seguridad el lugar de
nacimiento de la esposa de Martín Cortés ya que varía en los expedientes
nobiliarios correspondientes a sus hijos Pedro y Jerónimo Cortés (Lohmann,
1993: 111s y 177s). De este matrimonio hubo cuatro hijos que se sucedieron al
frente del marquesado del Valle de Oaxaca al morir los tres primeros sin
descendencia: Fernando, Pedro, Jerónimo y Juana Cortés Ramírez de Arellano.
Para nuestro estudio resulta interesante
fijar nuestra atención sobre la rama paterna de la mujer de Cortés. Como es
sabido, la familia Ramírez de Arellano se remonta a un linaje navarro que entró
al servicio de Enrique II en la época de la guerra civil que enfrentó a éste
con su hermanastro Pedro I de Castilla (Diago Hernando, 1991). El de los
Arellano es uno de los nuevos linajes aupados gracias a las mercedes otorgadas
por los Trastámara. La fidelidad de los Ramírez de Arellano a la nueva dinastía
fue recompensada por los monarcas de la casa de Trastámara con la entrega del
Señorío de los Cameros, uno de los más importantes del reino de Castilla. Dicho
señorío incluía la villa y tierra de Yanguas y, de hecho, hicieron de la villa soriana
una de sus residencias predilectas. Aquí construyeron un hermoso
castillo-palacio donde pasaría largas estadías el suegro de Cortés y que
todavía se conserva parcialmente en pie. Para esta época la devoción al Santo
Cristo de Yanguas debía ser ya una realidad en la zona aunque, como hemos
dicho, las primeras alusiones al mismo no se documenten hasta 1663, más de un
siglo después.
La vinculación familiar de
los Arellano con la villa de Yanguas y el matrimonio de Juana con Hernán Cortés
parece proporcionar una explicación lógica a la implantación de la devoción al
Santo Cristo de Yanguas en Nueva España hacia mediados del siglo XVI. Pero
entonces ¿Por qué esa devoción se habría de conservar en Zacatecas y no en
Cuernavaca, lugar donde tenía su residencia el matrimonio de Cortés y Juana? No
es fácil dar una respuesta a este interrogante, pero creemos muy probable,
dadas la práctica coincidencia entre el año de nacimiento de Leonor y el de
casamiento de Juana (1529/1530) así como la actuación de Cortés con respecto a
Leonor, a quien siempre consideró como hija suya, que Juana influyera en la
devoción de la niña por el Santo Cristo de Yanguas y que fuera la misma Leonor
quien finalmente introdujera esta devoción en Zacatecas al desposarse con Juan
de Tolosa, el fundador de la villa mexicana. Tengamos en cuenta que Leonor
apenas contaba cuatro años más que su hermanastro Martín Cortés, nacido en 1533,
y que los dos primeros hijos del matrimonio murieron poco después de nacer. Criada
bajo la tutela de Altamirano, pariente y mayordomo –es decir, jefe de la casa– de
Cortés, no es difícil imaginar a la niña compartiendo juegos con su medio
hermano en el palacio-fortaleza que Cortés había levantado en Cuernavaca. Aparte
de esta afinidad familiar, Leonor asistiría también a las prácticas religiosas
que formaban parte obligada de la educación de la nobleza de su época y en este
punto la influencia de los Arellano en su formación y dirección espiritual –no
en vano Juana Ramírez era su madrastra– pudo y debió ser determinante. Si, como
parece muy probable, la devoción al Cristo de Yanguas estaba ya implantada en
su villa natal, sería lógico pensar que fuera la propia Juana quien se la
transmitiera a su hijastra y que ésta a su vez la llevara posteriormente a
Zacatecas. Y puesto que en esa época el uso de estampas impresas no alcanzaba
todavía la difusión que gozaría décadas más tarde, dicha transmisión debió
realizarse con toda probabilidad en forma de un estandarte, tal como los que
hasta hoy día se usan en la fiesta de las Procesiones de Pentecostés y de los
que se enarbolaban antiguamente en las campañas militares, al estilo, por
seguir con un ejemplo relacionado también con México, del estandarte de la
Virgen de Guadalupe que Juan Andrea Doria entronizó en su galera durante la
batalla de Lepanto (1571). Como se sabe, este célebre estandarte fue un
obsequio del obispo Alonso de Montúfar a Felipe II que el monarca español entregó al marino veneciano antes de
la batalla. Tras una serie de avatares históricos, el estandarte de la Virgen
de Guadalupe fue donado por el cardenal Doria a la iglesia de Santo Stefano
d’Aveto, cerca de Génova, en cuyo retablo mayor puede admirarse hoy día. Un
proceso semejante –estandarte familiar y militar primero y custodia como
reliquia en una iglesia local después– bien pudo darse en el caso del Cristo de
Yanguas y su devoción en Zacatecas, esta vez en relación con las campañas de
conquista del norte de México.
Como se ha dicho, la implantación del linaje Ramírez
de Arellano en el virreinato y el mantenimiento de la relación con Yanguas a
través de sus parientes peninsulares pudieron ser dos factores que propiciaran
a la implantación de la devoción por el Cristo de Yanguas en Nueva España. Pero,
además de estos dos factores ya descritos, hubo un tercer elemento favorable a
la difusión del culto al Cristo de Yanguas del que debemos hacer mención ahora:
el carácter mismo de la colonización del norte de México. Merece la pena
subrayar aquí un punto que nos parece importante y es el hecho de que la
colonización del norte de México fuera realizada en buena parte por castellanos
de origen vizcaíno, como el propio Juan de Tolosa o sus compañeros Diego de
Ibarra y Cristóbal de Oñate. Entre estas familias vizcaínas se tejió una
verdadera red de relaciones de parentesco sobre la que se levantaría
posteriormente la conquista y colonización del norte de México. El mismo Juan
de Oñate, conquistador de Nuevo México y el suroeste de los actuales EE UU, era
hijo de aquel Cristóbal de Oñate que acompañó a Juan de Tolosa en la fundación
de Zacatecas. Juan de Oñate casaría después con Leonor Tolosa Cortés Moctezuma,
una de las dos hijas habidas en el matrimonio de Juan de Tolosa y Leonor Cortés
Moctezuma. La segunda de las hijas de Leonor Cortés y Juan de Tolosa, llamada
Isabel como su abuela, también casó con otro vizcaíno, Cristóbal de Zaldívar,
sobrino de Cristóbal de Oñate, uno de los hombres más ricos de Nueva España. Por
otro lado, algunos topónimos de la zona recuerdan también la importancia del
elemento vasco en la colonización del norte del país, como es el caso de la
ciudad de Durango y la provincia de Nueva Vizcaya, fundadas por el eibarrés
Francisco de Ibarra, sobrino de Diego de Ibarra, otro de los compañeros de Juan
de Tolosa.
La tendencia a la
implantación de redes clientelares entre la nobleza novohispana de los siglos
XVI-XVIII hizo que la oligarquía de Zacatecas se conformara sobre todo a partir
de un núcleo de gentes de origen vizcaíno cuya fortuna estaba ligada principalmente
a la extracción de la plata de las ricas minas de la región. Conviene recordar
que en Zacatecas y en la vecina San Luis de Potosí se hallaban las principales
minas de plata del virreinato de Nueva España hasta el punto que durante siglos
la expresión popular “valer un Potosí” llegó a ser proverbial en Castilla en el
sentido de “valer una fortuna”. Entre los siglos XVI-XVIII la plata americana
afluyó abundantemente a la península y contribuyó a sufragar los abundantes
gastos derivados sobre todo de la política internacional de la corona española.
Si bien la corona se llevaba una buena porción de esa plata que llegaba a
España, no debe olvidarse tampoco que una parte sustancial arribaba a través de
canales privados, mediante regalos suntuarios o entregas de plata realizados
por los ricos hacendados indianos a sus parientes de la península o a
santuarios de los que eran devotos. Y, para el tema que nos ocupa resulta
fundamental subrayar este punto porque el tráfico comercial de esta oligarquía
vasca asentada en el Nuevo Mundo con sus parientes de España era realizado a
través de canales de comunicación que estaban controlados mayoritariamente por yangüeses, es decir, por las gentes
oriundas de la villa y tierra de Yanguas.
En efecto, la abundante
documentación procedente de la Casa de Contratación de Sevilla pone de
manifiesto que, en el caso de la llamada “conducta de plata”, es decir, las
remesas remitidas por vizcaínos desde América –procedentes principalmente de
México y Perú–, eran trajinadas desde la capital hispalense hasta sus lugares
de destino a través de arrieros yangüeses. Por aquel entonces la relación de
los yangüeses con los vizcaínos debía ser muy estrecha y probablemente, tal
como era común en la época, se afianzaría a través de vínculos de parentesco
anudados mediante enlaces matrimoniales, de ahí la frecuencia de apellidos
vascos entre las gentes de Yanguas incluso a día de hoy. Sabemos, en efecto,
que durante los siglos XVI y XVII los yangüeses llegaron a monopolizar la
práctica comercial entre Sevilla y las villas vascongadas a través de la ruta
que de ellos precisamente recibía el nombre de “Camino de los yangüeses”. Y
sabemos también que entre estos objetos de valor se encontraban no pocas piezas
de temática religiosa, así como donaciones a iglesias parroquiales de los
lugares de origen de los indianos o de especial significación simbólica para
ellos (Quiles, 2001). La relación entre yangüeses y vizcaínos se veía
favorecida además por vínculos históricos y culturales debido a la común
pertenencia de ambos territorios al reino de Castilla y al obispado de
Calahorra y La Calzada. Por otro lado, para conseguir el monopolio en la
práctica del comercio entre los vizcaínos de una y otra orilla del océano, los
yangüeses se vieron beneficiados por un antiguo privilegio de portazgos
otorgado por Alfonso XI (1312-1350) en 1347 y ratificado sucesivamente por los
reyes de Castilla, por el cual estaban exentos del pago de ese impuesto a las
mercaderías en casi todas las ciudades del reino (Camporredondo, 1934: 31-34;
Delgado, 1981: 47-55; Toledo, 1995: 45 y 217). Este privilegio determinó
durante siglos la suerte de la tierra de Yanguas al hacer de la arriería, junto
a la ganadería trashumante, los dos vectores de desarrollo económico de la
comarca. Y ambas actividades se apoyaban de forma recíproca: los arrieros
yangüeses podían contar con la complicidad de sus parientes dedicados al
pastoreo trashumante y la red de relaciones de parentesco y lealtades entablada
por ellos en su cíclico trasiego de ganados desde el norte de Castilla a las
ricas vegas del Guadalquivir. La colaboración mutua entre arrieros y ganaderos
debió facilitar de seguro la actividad de los yangüeses en sus continuas idas y
venidas por los caminos de Castilla.
Por lo que respecta a nuestro tema, resulta muy
posible a nuestro juicio que la relación comercial entre yangüeses y vizcaínos
de Ultramar contribuyera al mantenimiento de la devoción al Cristo de Yanguas
en Zacatecas durante los casi tres siglos que median entre 1530 (matrimonio de
Cortés y Juana Ramírez de Arellano) y 1827 (primera noticia segura de la
capilla del Cristo de Yanguas en Zacatecas). Las corrientes de piedad popular
no suelen apagarse sin más y, de hecho, no resulta extraña la supervivencia de
una devoción o creencia religiosa a lo largo de varios siglos. Aunque esto es
fácil de entender para una devoción local, como sería el caso de Yanguas,
resulta sin embargo más difícil de explicar en contextos ajenos a aquéllos de
los que se nutre la tradición original, como de hecho sucede con la devoción
por el Cristo de Yanguas en Zacatecas. En realidad, excepto en casos
excepcionales, sólo la continuidad de la relación con el lugar donde había
nacido la tradición permitiría la supervivencia del culto a largo plazo en un
medio extraño al que le viera nacer. Y esa conexión debió darse de dos formas: una,
como hemos visto, por la relación y comunidad de intereses entre yangüeses y
vizcaínos, y, en segundo lugar, directamente a través de la arribada de
yangüeses al Nuevo Mundo. Sabemos en este sentido que algunos ilustres hombres de
la tierra asentados en las Indias continuaron manteniendo intacta su vinculación
espiritual con el santuario yangüés a lo largo de los siglos XVII y XVIII.
Para el siglo XVII tenemos el
caso de D. Esteban de San Miguel, residente en Lima (Perú), que donó 6
blandones de plata de 112 onzas cada uno para la Capilla del Santo Cristo de
Yanguas y 3 840 reales para dorar el retablo de la Concepción. Más interesante
es el hecho de que por esas mismas fechas un ilustre personaje avecindado en
Zacatecas, D. Miguel Sánchez, hizo donación a la iglesia de Santa María de
Yanguas –donde se encuentra el Santo Cristo– de una custodia de plata. También
por esos años D. Manuel Sánchez Hidalgo hacía donar desde México dos arañas de
plata para la Capilla del Santo Cristo de Yanguas (Camporredondo, 1934: 58;
Toledo, 1995: 149s). A finales de siglo, en 1696, el indiano residente en
México Baltasar del Río y su hermano Juan costearon la construcción de la
capilla de Ánimas de la iglesia de Nuestra Señora del Valle de La Cuesta
(Toledo, 1995: 150). Otro indiano ilustre, aunque su identidad queda por el
momento en el anonimato, debió sufragar la construcción de la iglesia de San
Pedro Apóstol de Bretún (siglos XVI-XVIII), cuya techumbre está cubierta con
bóvedas decoradas con estucos de estilo colonial. Esta iglesia conserva
asimismo un retablo con la imagen de un Crucificado claramente inspirado en el
Cristo de la Villa Vieja, de forma que casi puede considerarse una reproducción
del mismo, y una reproducción de la tilma de Juan Diego con la imagen de la
Virgen de Guadalupe que se dice del XVIII aunque no he podido comprobar este
extremo. Lo cierto es que ambas imágenes convierten a la iglesia de San Pedro de
Bretún en un sensible remedo del santuario de Yanguas con su Santo Cristo y su retablo
dedicado a la imagen guadalupana.
Todas estas donaciones de
indianos al santuario matriz son la prueba cierta de que la corriente de
devoción hacia el Santo Cristo de Yanguas se mantuvo muy viva entre los
emigrantes yangüeses residentes en el Nuevo Mundo a lo largo del siglo XVII. Pero
será sin duda durante el siglo XVIII cuando esta relación entre las gentes de
Yanguas y las ricas zonas mineras del norte de México se incrementaría
notablemente.
Durante el siglo XVIII, en
efecto, tendrá lugar la máxima influencia yangüesa en el virreinato. Esto se
debe a que los envíos de plata mexicana a la península debían pasar ineludiblemente
por el importante puerto de Veracruz, desde donde se iniciaba la llamada
“Carrera de Indias”, es decir, la circulación regular de navíos que comunicaba
la metrópoli con América. La promoción en 1726 a Regidor de Veracruz y Alcalde
ordinario de la ciudad (en 1712 y 1735) de D. Gaspar Sáenz Rico y Valdecantos
(+1766) es sin duda el punto culminante de esa influencia. Este ilustre yangüés
había casado con Clara Mª de Monterde y Antillón Lasso Nacarino, dama que
formaba parte de una importante familia novohispana de origen extremeño
(Sanchiz – Conde Díaz, 2005). El enlace permitió a D. Gaspar afirmar aún más su
prestigio social y económico en Nueva España, al tiempo que le abriría las
puertas de los círculos navieros gaditanos con los que la familia Monterde
estaba bien relacionada. Recordemos que a lo largo del siglo XVIII Cádiz reemplazó
a Sevilla como centro del comercio naval con las Indias. Como buen comerciante,
D. Gaspar Sáenz Rico supo beneficiarse de los lazos que la familia Monterde y
Antillón habían anudado con las navieras de Cádiz a través de los Consulados
navieros, fundando una casa comercial denominada “Gaspar Sáenz Rico, Hijos y
Cía.” Que, entre otras actuaciones, fue la encargada de remitir al Consejo de
la Suprema en España los fondos del Tribunal del Santo Oficio de la
Inquisición. Aparte de personaje influyente en el virreinato, rico hacendado y
comerciante de éxito, D. Gaspar era asimismo hombre muy devoto y probada piedad.
Fundó y protegió varias obras pías en Veracruz y en su patria natal (Sanchiz –
Conde Díaz, 2005: 99s). A su muerte en 1766, legó la nada despreciable cifra de
30 000 reales para la construcción en la villa de Yanguas del Hospital de Santiago
para peregrinos al que dotó generosamente de bienes y tierras y que en la actualidad
está destinado a albergue. Un retrato de cuerpo entero de este ilustre yangüés decoraba
antiguamente la iglesia de San Pedro de Yanguas, donde fuera bautizado. La iglesia,
de estilo gótico, se hallaba a la entrada de la villa y hoy apenas se conservan
algunas paredes en ruinas, especialmente las correspondientes a la cabecera. El
lienzo en cuestión se custodia en el salón de plenos del Ayuntamiento de
Yanguas (Camporredondo, 1934: 51s y 95-97; Toledo, 1995: 145).
La influencia de la
familia Sáenz Rico en la sociedad veracruzana se perpetuó durante años con el
enlace en 1726 de una de sus hijas, Ignacia Sáenz Rico, con Pedro Sáenz de
Santa María y Sáenz de Almarza, natural de Viguera (La Rioja), también en los
antiguos dominios del conde de Aguilar. D. Pedro Sáenz de Santa María, hijodalgo
del solar de Valdeosera, miembro de la más antigua y calificada nobleza de la
Rioja y asimismo con importantes lazos comerciales y personales con Cádiz (uno
de sus hijos será el fundador y director espiritual del Oratorio de la Santa
Cueva de Cádiz), llegó a ser Regidor de Veracruz y su Alcalde ordinario durante
los años 1731 y 1736, en este último caso sustituyendo en el cargo a su suegro,
en lo que supone un manifiesto ejemplo del poder de influencia de D. Gaspar.
Como hemos dicho, Veracruz
era el punto de partida de la plata mexicana hacia España, pero el origen de
este comercio hay que buscarlo en el interior de México, en las ricas minas de
Zacatecas y Potosí. De ahí que debamos cerrar esta relación con otro importante
personaje de origen yangüés avecindado en la Nueva España del siglo XVIII. Se
trata de D. Francisco Martínez de la Cámara, rico comerciante residente en la
misma Zacatecas (Escobedo, 2004: 120). Por la documentación que consta en
Yanguas se sabe que D. Francisco debía ser muy devoto de la imagen del Santo
Cristo, pues desde la lejana Zacatecas mandó fabricar a sus expensas dos arañas
(lámparas) de plata destinadas a su capilla de Yanguas (Camporredondo, 1934:
58; Toledo, 1995: 145). Es muy probable que el matrimonio de Francisco Martínez
de la Cámara con la aristócrata lugareña Mª Ana de Rivera, perteneciente a una
importante pero arruinada familia novohispana, contribuyera decisivamente a
revitalizar la devoción al Cristo de Yanguas en la villa mexicana.
Francisco Martínez de la Cámara debió fallecer en torno a 1797, esto es, 30
años antes de la primera noticia fehaciente sobre una capilla destinada al
Cristo de Yanguas en Zacatecas. La construcción de esta capilla en el año 1827 –prácticamente
un siglo después de la construcción de la nueva capilla de Yanguas– supone el
definitivo espaldarazo de lo que debía ser un culto muy extendido ya por esas
fechas. El nuevo santuario y la impresión de grabados reproduciendo la imagen debieron
contribuir sin duda a difundir su culto entre las clases populares hasta que la
legislación anticlerical de los gobiernos mexicanos de mediados del siglo XIX
provocaría la ruina de la capilla y con ella la pérdida de la devoción por el
Cristo de Yanguas en Zacatecas.
E. PALACIOS, 2015: http://noticiasdeyanguas.blogspot.com.es/search?updated-min=2015-01-01T00:00:00%2B01:00&updated-max=2016-01-01T00:00:00%2B01:00&max-results=10
L. CAMPORREDONDO, 1934: Miscelánea. Recuerdo de Yanguas.
(Logroño, Imp. Moderna, 1934). http://bibliotecadigital.jcyl.es/i18n/consulta/registro.cmd?id=3682
Capilla de Ánimas de La Cuesta: http://www.soriaturismoymas.com/2012/pano-de-las-animas-en-la-cuesta-pintura-escatologica-de-1696
Mª. C. DELGADO MARTÍNEZ, Apuntes sobre la vida rural de la Villa
y Tierra de Yanguas (Soria). Siglos XII-XVI. Centro de Estudios Sorianos. CSIC
(Madrid, 1981).
M. DIAGO HERNANDO, 1991: “Implantación
territorial del linaje Arellano en tierras Camero-Riojanas a fines de la Edad
Media”, Berceo 120 (1991) 62-82, en: http://www.vallenajerilla.com/berceo/diagohernando/linajearellano.htm
M. ESCOBEDO DELGADO, 2004: “Familias y redes de poder en
Zacatecas. El caso de la parentela”, Clio. 4/32 (2004) 109-132, en: http://historia.uasnet.mx/rev_clio/Revista_clio/Revista33/6_Fam.yredesdepoderZacatecas_MartinEscobedo.pdf
A. KALYUTA, 2009: “La Casa y propiedad de un señor mexica:
‘Información de doña Isabel de Moctezuma’, México”, FAMSI 2009, en: http://www.famsi.org/reports/06045es/
B. DEL HOYO CALZADA, 2015: “El Santo Cristo de Yanguas”,
Sembrando”, año XIX nº 241 (Zacatecas, Zac. junio, 2008) 4, artículo recogido
en: http://historiadeladiocesisdezacatecas.blogspot.com.es/2014/09/el-santo-cristo-de-yanguas-de-zacatecas.html
G. LOHMANN VILLENA, 1993: Los americanos en las Órdenes
Nobiliarias, tomo I. Biblioteca de Historia de América (Madrid, CSIC, 1993).
F. QUILES, “De yangüeses y otra gente en la conducta de plata
(Sevilla, 1650-1675). Actas Iii Congreso Internacional del
Barroco Americano: Territorio, Arte, Espacio y Sociedad: Universidad Pablo de Olavide,
Sevilla, 8 al 12 de octubre de 2001 (Sevilla, 2001) 146-160, en: www.upo.es/depa/webdhuma/areas/arte/3cb/documentos/011f.pdf
R. SAGAÓN INFANTE, 2000: “Testamento de Isabel Moctezuma”,
Revista de la Facultad de Derecho de México 229-234 (2000) 423-431, en: http://www.juridicas.unam.mx/publica/rev/indice.htm?r=facdermx&n=229
J. SANCHIZ – J. I. CONDE-DÍAZ SANCHIZ, 2005: “La familia Monterde
y Antillón en Nueva España. Reconstrucción genealógica (segunda parte)”,
Estudios de Historia novohispana 33 (2005) 97-172. http://www.revistas.unam.mx/index.php/ehn/article/view/3641
M. TOLEDO TOLEDO, 1995: Historia de la Villa y Tierra de Yanguas.
(Soria, Diputación Provincial de Soria, 1995).
R. XIMÉNEZ DE RADA, Historia de rebus Hispaniae siue Historia
Gothica. (ed. J. Fernández Valverde, Historia de los hechos de España. Madrid, Alianza,
1989).